miércoles, 9 de julio de 2008

REGRESO A LA INOPIA




Hubo un tiempo en el que el conocimiento y la cultura eran el sello de identidad de una sociedad avanzada. La gente acudía a las aulas, ya fuesen escolares o universitarias, con el fervor de un iniciado dispuesto a desentrañar arcanos, cuando la ignorancia era una lacra y la palabra ignorante, un insulto. En su día, acceder al conocimiento era un privilegio, más tarde una necesidad y, aunque desde la perspectiva de un niño era una molesta obligación, con el paso del tiempo devino en bendición.

Hoy no parece que sea más que un simple trámite. De hecho, la ignorancia es ahora motivo de presunción. Lo que hace veinte años sería pan comido para cualquier colegial, hoy es terra incognita. Hay una sociedad idiota o idiotizada que alardea entre risotadas de satisfacción de no tener idea de nada.

Lo peor no es que alguien sea un iletrado, sino que eso le importe un bledo. Que no mueva ni una neurona para acabar con su algidez intelectual.

Aunque la culpa no la tienen sólo los tarugos -puede que no tengan conciencia de ello-. Nadie nace sabiendo. Nadie lo sabe todo y todo es continuo aprendizaje. El problema está en la meliflua respuesta de la sociedad (y los gobiernos que la representan) a la incultura.

Los antiguos planes de estudios, en manos de maestros vocacionales, eran una máquina casi perfecta para la enseñanza. No se trata ahora de meterles el Trivium y el Quadrivium a los estudiantes como quien ceba capones, pero sí conformar un proyecto que retome lo mejor y lo más eficaz de tiempos pasados y lo combine con ventajas actuales. Hacer atractiva la enseñanza e inculcar las ganas y la necesidad de saber. Sin tibieza.

Entretanto, las aulas llevan tiempo siendo un matraz de zoquetes donde valores como respeto, educación o erudición se pudren dentro de un engranaje de maestros desilusionados, convertidos en funcionarios, a los que en muchos casos se les toma por el pito del sereno. Y esto es el principio del fin. Cuando el círculo se cierre.

Dios puede estar tranquilo. Después de la jugarreta que la Serpiente le hizo sacando de la inopia a nuestros primeros padres, al final, sus descendientes, arrepentidos y escupiendo trozos del fruto del árbol de la sabiduría, queremos regresar a aquel Edén por voluntad propia.


JULIO C. LÓPEZ

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