
Es de sobra conocida la anécdota de aquel señorito andaluz a quien hicieron ministro en la España agraria y atrasada de la primera mitad del siglo pasado, y la respuesta lacónica de su madre, que necesariamente debía ser una mujer de provecho, al replicar a su alborozado vástago que, en lugar de motivo de alegría, aquello era una desgracia para la familia, “porque solo en casa sabíamos que eras tonto, y a partir de ahora se va a enterar toda España”.
La historieta le viene como anillo al dedo al nuevo Gobierno que José Luis Rodríguez Zapatero acaba de presentar en sociedad. Y no porque yo pretenda calificar de “tontos/as” a los nuevos ministros/as, Dios me libre, sino porque la mediocridad del nuevo Gabinete es tan palmaria, tan apabullante, tan de carril, que sin duda en los entornos familiares y amicales de los nuevos mandamases de la cosa, el acontecimiento dará para innumerables anécdotas de similar o parecido porte. ¿Quién nos iba a decir que la niña llegaría a ministra del Gobierno de España?
Que nadie se lleve las manos a la cabeza. El propio Zapatero abrió la puerta a la gran revolución de la ciencia política de nuestro tiempo cuando dijo que su propio caso era la prueba empírica más obvia de la existencia de millones de españoles capacitados para ser presidentes del Gobierno. Que en el caso de los ministros/as deben ser miles de millones. Gobierno mediocre, al servicio de ideologías mediocres, con objetivos mediocres –estrafalarios, incluso-, en una España mediocre, con una oposición mediocre, y al socaire de un siglo mediocre en el que han desaparecido los grandes retos milenaristas de antaño para ser sustituidos por la cosa del cambio del clima climático y la igualdad de sexos. Vencido y desarmado, el MERITO se bate en caótica retirada.
La degradación de objetivos es clamorosa. Ya no se trata de acabar con la explotación del hombre por el hombre, gloriosa utopía origen de todos los movimientos revolucionarios del pasado; ni siquiera se trata de evitar esas guerras locales que siguen llenando de dolor y miseria tantas zonas del planetas; ni siquiera de acabar con el hambre, las enfermedades crónicas, la ausencia de agua potable en tantas zonas del planeta... Se trata de arreglar, desde la Moncloa, lo del cambio climático mundial. Recuerden que ya prometió –debate sobre el estado de la Nación de 2007, si no me equivoco- acabar él solito con la sequía en España. Nada más llegar al Gobierno, año 2004, enterró de un plumazo el proyecto de trasvase del Ebro; ahora se dispone a anunciar que saciará la sed de Barcelona trasvasando agua del Ebro. Así se escribe la Historia de la España mediocre, en tiempos mediocres.
Y otro tanto ocurre con la igualdad entre sexos. Imagino que los miles de españolas inteligentes -cientos de miles sin duda- que han cursado estudios en universidades reputadas, que han logrado masters en centros de prestigio internacional compitiendo con los varones en igualdad de condiciones, que hoy dirigen empresas, que enseñan, investigan, curan o diseñan con éxito en un mundo crecientemente competitivo, esas mujeres valientes y valiosas, digo, se sentirán ultrajadas ante la imposición de esta igualdad por decreto, porque esa igualdad rebaja sus méritos a la sospecha de una equiparación impuesta por el diktat del poder.
El mismo éxito le aguarda, sin duda, en la lucha contra la violencia asesina, generalmente de los hombres, en las parejas rotas por el desamor, otro de los supuestos “grandes objetivos” de la Legislatura. Y no porque esa lucha no sea importante, que obviamente lo es, sino porque todo eso va de suyo en una acción de Gobierno, y porque eso nunca podrá sustituir los verdaderos objetivos de la Política que, con mayúscula, está obligado a perseguir todo Ejecutivo que se precie en un país como el nuestro, muy crecidito, sí, muy rico, sí, o eso se creen quienes no conocieron las miserias de antaño, pero que tiene heridas y costurones a cientos discurriendo por su piel de siglos, heridas cuya importancia reclama una decidida acción de Gobierno al margen del cambio del clima climático.
Por ejemplo, y sin entrar en la crisis galopante que se nos viene encima, lograr de una vez por todas igualar, o al menor acercar, el nivel salarial de los trabajadores españoles al de los países ricos de la UE. Por ejemplo, acabar de una vez con la vertebración territorial del Estado, poniendo coto a los nacionalismos más rapaces y logrando un marco de convivencia ilusionante para todos los españoles. Por ejemplo, luchando de forma decidida contra al corrupción galopante que se ha adueñado de este país, y ante la cual la clase política hace como que no se entera. Por ejemplo, sentando las bases un sistema educativo, aceptado por la mayoría, que asegure una educación de auténtica calidad a los niños españoles. Por ejemplo, metiéndole mano a la vieja asignatura de la regeneración democrática de nuestras instituciones. Por ejemplo...
Jesús Cacho